martes, 17 de enero de 2012

Children left behind… Mothers in advance…


Hace tiempo que me daba vueltas el tema en la cabeza y justo me llegó la oportunidad de escribir un artículo sobre el tema: las mujeres migrantes empleadas de hogar y su (no) vida familiar. La gran paradoja, ellas, que vienen a España y con su trabajo facilitan que tantas madres puedan ser madres y que tantas familias mantengan su status de familia, tienen restringido su propio derecho a vivir en familia. Como siempre, siguiendo el rigor de los tiempos académicos, me puse como loca a revisar mi material de campo y la bibliografía pertinente, que es bastante poca por cierto. Fui recordando y recopilando muchas cosas, por ejemplo, las leyes y programas sobre este subterfugio de moda en España en los últimos años (de moda antes de la crisis por supuesto), a la cual llaman “conciliación de la vida familiar y laboral”, algo que poca gente conoce. En este papeleo hecho por gente admirablemente optimista que cree que el día tiene 30 horas y que todos los jefes son muy buenos, las mujeres migrantes que trabajan de empleadas de hogar son las grandes ausentes y olvidadas como si no fueran mujeres y como si no tuvieran familia. Normal, si apenas se le tienen en cuenta sus derechos laborales, mucho menos su derecho a vivir en familia. Su propia familia no importa porque la que importa mucho es la familia que cuidan o de quien limpian su casa (que también implica cuidar). Condenadas a ser madres transnacionales o madres casi ausentes, aunque siguen siendo madres: madres proveedoras, pero madres al fin, las mujeres migrantes empleadas de hogar se ven en figurillas para poder llevar una vida digna de familia. A lo largo de los años y aún más con mi trabajo de campo, he conocido todo tipo de casos y estrategias de estas mujeres, quienes de forma admirable afrontan su situación. Las madres transnacionales y tanta bibliografía sobre los “children left behind”, las que se entregaron a la causa y con inmenso esfuerzo sin dejarse devorar por la burocracia borbónica pudieron reagrupar a sus hijos, las que corren de casa en casa para poder llegar a hacer la cena o dar una papilla, las madres solas que se aguantan los sermones morales de las monjas para que les den un hogar donde tener a sus bebés, las que no pueden más y aún sin rendirse envían a su niñ@ a su país de origen porque aquí no los pueden criar, convencidas de que con su trabajo le darán un futuro. Filipinas, dominicanas, ecuatorianas, colombianas, bolivianas, hondureñas, argentinas… todas madres, esposas, novias, hermanas, hijas, amigas, vecinas y trabajadoras invisibles. No puedo evitar lagrimear cuando pienso en esto. Recuerdo siempre una cita de Rhacel Parreñas de cuando estudiaba el máster, del libro sobre los hijos e hijas de las filipinas que se quedan en su país y sus madres migran. En un momento, decía algo así como “Some women have the option of living with their children, while others do not”. Se me caían las lágrimas y me levanté enseguida a ver a mi hija que todavía dormía en su cuna en la habitación de al lado. Me reconocí, en efecto, como una madre súper afortunada por tenerla al lado mío. Pero más allá de la sensibilidad académica de progre de clase media, este post pretende ser un homenaje a una persona muy especial, que me regaló con absoluta entrega su historia para mi material de campo y que poco a poco se va convirtiendo en una amiga. No puedo, ni debo, ni quiero, decir su nombre por el respeto a su intimidad, así que la llamaré, solo por hoy, Clara.

 
Clara es una persona muy optimista, valiente, luchadora y con tremenda fe. Tuvo a su hija aquí en Barcelona pero sus circunstancias hicieron que decida llevarla a su país de origen por un tiempo y dejarla al cuidado de su madre, otra de las tantas señoras latinoamericanas que se vio de pronto, lo imagino, en el papel de abuela-madre. Como Clara no podía viajar a su país porque aún se encontraba en situación irregular, una de sus hermanas llevó a la beba de ocho meses en un viaje relámpago y Clara se despidió de su hija en la estación de tren de Sants (Barcelona). Puedo, y pueden, imaginar la desazón. No deben existir palabras para describir lo que una madre siente al ver alejarse a su hija bebé en brazos de otra persona hacia otro país. Clara apenas puede contarlo porque se quiebra y llora aún casi tres años después de dejar a su hijita, el único momento de la entrevista en que se quiebra. Me cuenta que cada tanto vuelve al mismo lugar donde se despidió de su hija, donde le dio el último beso, a modo de ritual, como si allí hubiera quedado talvez su olor, algún recuerdo, su imagen… o como si eso la ayudara a enfrentar y procesar. Es impresionante escuchar tanta fortaleza y a la vez tanta debilidad. Su hija creció, comió, caminó, jugó, habló y se relaciona como cualquier nena en su primera infancia, bajo el cuidado de sus abuelos, convertidos en primeros referentes, por supuesto. Este año que pasó, por fin Clara pudo viajar a su país y volver a verla, abrazarla, conocerla y hacerse conocer como su mamá. Demás está describir su alegría y emociones. No sin traspiés, problemas y muchas cosas por resolver, Clara está en este mismo momento en su ciudad natal ultimando los preparativos para que juntas, ella y su hija, tomen el avión de regreso a Barcelona y la niña comience la escuela donde está apuntada desde hace meses. Sin dudas, no será fácil el futuro, y menos en estos tiempos, pero estoy segura de que Clara seguirá luchando incansablemente.   
La historia de Clara es una de las tantas historias de estas mujeres globales, que cuidan a niñ@s ricos y sagrados o a abuel@s, de los cuales el estado de Bienestar se acordó hace poco de que existían. De ellas todavía no se acordó. La sociedad apenas reconoce el trabajo de estas mujeres y mucho menos asimila que estás mujeres tienen familia… y derecho a estar con ella! Simplemente, no existen, ni ellas, ni su familia. Gracias al trabajo de Clara, una madre (adinerada) pudo criar con más facilidad a sus hijos, sin que el capitalismo entorpezca su labor, pero ella se vio resignada a no criar a su hija. “Qué mal montado que está el mundo!” Me dijo la misma jefa de Clara, por cierto una persona muy buena y muy respetuosa como jefa, que ayudó mucho a Clara, pero que sin embargo, no resignó el tener una empleada hasta las 8 de la noche y Clara se quedó sin trabajo antes de parir, ocupando su lugar su hermana, soltera y sin hijos. Los hijos de la jefa eran más importantes que su hija y nadie le cubría la baja maternal. Más adelante volvió a trabajar, pero al no poder sostener la situación se vio obligada a tomar la decisión de enviar a su hija con sus padres.   


Es como dicen unas académicas de renombre: mala redistribución de los recursos, del dinero y del afecto también. Es la exportación del afecto lo que sostuvo la vida reproductiva de los países ricos en las últimas décadas. Así como antes se llevaron el oro, la plata, el cacao, el marfil, el caucho… ahora se llevan, traen, el afecto, mediante las migraciones de mujeres que se insertan como empleadas de hogar, el sector de más expansión en el mercado laboral español. Al igual que nos pasa cuando compramos en un chino o en una gran tienda multinacional, lo sabemos… pero no asumimos del todo que somos parte de un perverso mercado global, y mucho menos, asumimos que es un solo mundo…           
Podría decir mucho más, pero lo dejo aquí, espero que me salga bien el artículo. Y a Clara y a su hija les deseo lo mejor! Va por ti ;) 

Epilogo: Por el derecho a migrar y a no migrar. 

1 comentario:

  1. gracias, gaby, por escribirlo y por compartirlo. qué colectivo tan sufrido e invisible. invisibilizado, mejor. siento el medioevo rondando en estos tiempos: obras y esplendores construidas por manos de siervos y esclavos. ahora familias levantadas sobre la negación de otra familia...

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